Anne Stamford

Anne Stamford
by: Célica, Soldream

Hola Diario, aquí Anne… otra vez. Hace varios días que no escribo, pero no he tenido mucho ánimo hasta ahora. Y bueno, para qué engañar, tampoco tenía mucho que contar.

No quisiera empezar a ponerme rancia. Llevo ya unas cuantas páginas de este cuaderno de los chicos gastadas en lamentos inútiles. Por una vez, diré algo interesante.

Todo empezó con esa carta que me llegó de la Fundación Fernandson. Esa que me ofrecía una entrevista de trabajo que dije que no me serviría de nada, y en la que me mandarían a freír espárragos (¿Yo trabajando en Nobility Hill? ¡JA-JA!). Pero, ¿adivinas qué? Me han dado el trabajo. Creo que ha sido la entrevista de trabajo más rara que me han hecho nunca… Bueno, ahora que lo pienso, nunca antes me habían hecho ninguna.

Tengo que admitir que cuando llegué allí esta mañana, y entré por la puerta del recinto como Pedro por su casa (ni un guarda, ni un alma por allí… se me ha hecho raro desde el principio); pensaba que me había equivocado de dirección. Vaya alarde de despilfarro y elegancia a partes iguales: paredes recubiertas de madera, suelos enlosados, alfombras, muebles antiguos, candelabros y cuadros… He dado vueltas por el hall y los pasillos como una boba, pensando que, desde luego, aquello no tenía pinta de ser una residencia para niños con problemas de adaptabilidad social. En la carta no especificaba qué “problemas” tenían los niños. Pero imaginaba que serían problemas psicológicos, como Asperger, deficiencias mentales o estrés post-traumático debido a un pasado difícil. No se… No había muchos detalles. Pero sí me he percatado de que no ha habido ni un solo infante a la vista en todo lo que llevo en este sitio.

Cuando he llegado a la “recepción”, había otra chica esperando. Creo que ha dicho que se llamaba Gemma, no me acuerdo. Me dijo no se qué sobre que le habían dicho que estaba allí por una historia relacionada con fármacos. ¿Sería licenciada en farmacia o algo así? No se cuántos años tendría, pero no parecía mucho mayor que yo, aunque sí iba con un mejor aspecto, desde luego. Yo creo que era un poco pija ella. Sí, porque cuando han empezado a tardar más de media hora en atendernos se ha ido toda indignada  a coger un taxi para volver a su casa y dedicar su valioso tiempo en lo que sea que lo dedique.

Me ofreció pagar a medias el taxi para llevarme a casa. Pero si esa chica hubiera sabido que no me llegaba el dinero ni para pipas, seguramente ni me lo habría ofrecido. Es más, me sorprende que no llegara ella solita a dicha conclusión, más teniendo en cuenta que ella iba con un flamante conjunto de traje marca Zara; y yo con unos pantalones de imitación de Nike porque no tenía nada más decente (oh, sí, demostrando mi sex-appeal desde tiempos inmemoriales).
Me podría haber ido con ella. Pero la alternativa a quedarme esperando en la recepción, sentada en un sillón cómodo y al lado de un sistema de calefacción que no depende de que la hija de puta de tu casera te corte el suministro porque le debes un mes de alquiler; se me ha antojado más apetecible que el paseo en taxi. Pensándolo ahora, si me hubiera quedado hasta más tarde hubiera tenido que coger el transporte público, o ir a pata hasta casa, y es un paseíto. Pero no se, no pensaba mucho en ese momento, sólo en que tenía que conseguir ese trabajo como fuera, porque empiezo a estar hasta los ovarios de la comida grasienta del tailandés barato y de morirme de frío en el apartamento cochambroso que llamo “casa”. Me daba igual darme el paseo con tal de salir de allí con un contrato firmado. No se, al final mientras esperaba me quedé medio dormida y perdí la noción del tiempo.

Y al rato o así (¿Qué precisión, eh?) me desperté. “Qué vergüenza, que me he quedado dormida penosamente en la elegante recepción”, pensé. Pero yo creo que me despertó el sonidito de algo raspando el suelo al otro lado de la puerta por la que había entrado. Tengo que admitir que, viendo que era ya de noche, más o menos la hora de cenar; y estando completamente sola en ese lugar; escuchar ese ruido de arrastre acercándose a la puerta me dio un poquito de mal rollo. Pero bueno, luego abrí la puerta y encontré a una “adorable” ancianita, a la que he olvidado preguntarle el nombre. Mentalmente la llamo “abuela Gertrudis”, pero sólo será hasta que averigüe su nombre, prometido. Cuando ella me preguntó que quién era, yo admito que por un momento me tentó la posibilidad de irme de allí, porque me estaban tomando el pelo o algo.

Pero la mujer parecía tener constancia de mi llegada. Mencionó algo sobre que yo había sido la única con paciencia suficiente como para esperar a que me atendieran, cosa que el resto de candidatas no (séase, me estaban haciendo esperar a propósito). Me pareció un dato curioso, más porque si la abuelita supiera que en realidad yo estaba allí sólo porque no tenía ningún lugar al que ir, y absolutamente nada más que hacer (y que de paso me había quedado dormida); pues seguramente hubiera cambiando la situación.

Pero le di largas, no se, dejándome llevar por la situación un poco y eso… No obstante, tengo que decir que la inquietud que me provocó esa señora en el cuerpo antes de verla estaba bien justificada. Al principio parecía una mujer simpática, mayor y hasta cierto punto entrañable. No se, el estereotipo de mujer mayor con andador, desgastada y aburrida, que deambula por casonas lujosas sin que uno tenga muy claro si sabe o no sabe a dónde va. Pero cuando me dijo que la acompañara al ascensor, y me ofrecí a ayudarla (no suelo hacer estas cosas, ni en el autobús, pero por una vez quería dar buena impresión); me contestó con un tajante NO. No se, me dejó un poco clavada en el sitio. A lo mejor por eso me agarró con esa fuerza para llevarme al ascensor. Leñe, qué daño me ha hecho… tengo cuatro moratones en el brazo donde me ha clavado las uñas. He sufrido zarpazos de Sortija que me han dolido menos. Y hablando de Sortija… seguro que la gata ha estado otra vez durmiendo en el cajón de la ropa o algo, porque la señora se ha dado cuenta de que tengo gato cuando se ha acercado a mi. No se, yo me huelo la ropa y no veo nada raro, pero quizá mi olfato se ha acostumbrado ya a la presencia de la gata. Quizá para ella haya sido más claro (pues hay que ver qué olfato se gasta la señora). Bueno, por lo menos se ha disculpado con lo del brazo. ¿Y dicen que las personas mayores no tienen fuerza? Juas…

Cuando hemos llegado al “”””ascensor”””” (y digo “”””ascensor”””” con muchas comillas); he visto un montacargas de estos metálicos y sin paredes, como los que se usaban antiguamente. Y automáticamente me pregunté cómo semejante centro, tan sumido en lujos, puede tener un montacargas como ese. “No saques los brazos del ascensor” me dijo la señora. No, ni ganas de quedarme sin ellos. En cuanto me subí ahí, pensé que me iba a dar algo. Qué agobio. No se qué me ha dado peor rollo, si ver los muros de hormigón pasando a mi lado, o el traqueteo de la plataforma. No se, pero me he puesto de los nervios y por un momento pensé que me iba a quedar ahí atascada o algo. Nunca he pasado tanto miedo en un ascensor.

Cuando llegué abajo, salí casi de un salto del maldito ascensor. Espero que no me manden subir y bajar por ahí, a partir ahora voy a mover mi huesudo culo por las escaleras. Decidido.
Bueno, al menos la segunda planta del sótano tenía más pinta de “sitio donde hay niños”. Era un pasillo sobrio, sencillo, un poco oscuro (deberían poner fluorescentes y no bombillas, acabarían con esa sensación lóbrega). Por las paredes estaban los típicos dibujitos que se hacen con plantillas y gel de purpurina. Había ocho puertas en el corredor, cuatro a cada lado. Niños a la derecha, niñas a la izquierda, a juzgar por los nombres en las puertas, también hechos con purpurina. Me quedé un momento esperando a ver si la abuelita Gertrudis me seguía. Pero al ver que se tomaba su tiempo para bajar (la verdad es que en ese momento me preguntaba cómo narices se podía subir a esa atracción mortal); pues me picó la curiosidad por investigar. Lo primero que me ha llamado la atención es que no hay ni una sola ventana bajo el pasillo, lo que me hace pensar que, efectivamente, estaba a metros bajo tierra. Y eso me ha chocado: no es muy recomendable tener las habitaciones de los niños bajo tierra, sin ventilación y sin una referencia al mundo exterior. Así es inevitable que uno pierda la noción del tiempo. La verdad es que me he desorientado un poco al llegar abajo. Pero me planteé la posibilidad de que quizá las habitaciones si tuvieran ventanas si el edificio descendía por el barranco de la meseta donde está situado este barrio. Aún no lo he comprobado.

El pasillo hacía un codo a la derecha, detrás de un extintor. Cuando he mirado al otro lado, no he visto nada, y no he prestado mucha atención. Los nombres de los niños no tenían nada relevante, de momento no me he quedado con muchos de ellos. Con el que sí me he quedado es con Gloria. Seguramente porque al pasar delante de su habitación, empecé a escuchar golpes en la puerta. Así, como patadas. Patadas de, juraría, una bota contra la puerta. No sé por qué razón se me ocurrió dar dos toques en la puerta, a ver si me respondía. Sí lo hizo: le dio dos patadas a la puerta. Probé con tres toques. Tres patadas. Probé a hacer el típico ritmito de “toc-tocotoc-toc”, pero no recibí el “toc-toc” final. “Esa no te la sabes…” pensé en ese momento, y no pude evitar sonreír. Intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada a cal y canto. Instintivamente pensé que todas las puertas deberían estar igualmente cerradas. Y, en mi suposición de que aquellas debían ser las habitaciones de los niños, no pude evitar preguntarme por qué.

Tampoco tuve mucho tiempo de responderme a mí misma, porque una voz a mis espaldas le pone la guinda final a la ristra de sustos que llevaba en una sola tarde. Parecía salido de algún lugar tras la esquina del pasillo, aunque yo hubiera jurado que no vi a nadie…
Así conocí al Sr. Jacob, el hombre que sospecho que va a ser mi jefe. Es un hombre… no se, corriente, pero tiene una aura que impone mucho. Iba con un traje, andaba muy estirado y tenía (atención) uno de esos sombreritos judíos sobre la cabeza. Pero eso sí, no tenía pinta de judío en absoluto. Aunque bueno, llamándose “Jacob”… En fin, no se, tampoco le he preguntado, y no creo que lo haga.

El hombre me preguntó todo extrañado quién era yo y qué hacía allí. Bueno, normal. Yo hubiera hecho lo mismo en su lugar. Me presenté, le expliqué que Gertrudis me había mandado allí en el “ascensor-chungo-de la muerte”, dije torpemente que llevaba esperando bastante rato por la entrevista, algo que esperaba que él de antemano supiera. Pero no, resulta que el Sr. Jacob no se lee los currículums de quienes van a ser entrevistados para trabajar en su Fundación. Muy bien, Sr. Jefe, sigue así.
Un dato que me ha parecido curioso, es que me haya confundido con la otra chica que venía a la entrevista. Además, llevo ya horas preguntándome por qué necesitan a una experta en farmacología en una fundación de niños pequeños. Uf…

Otra cosa rara: cuando le dije que Gertrudis me había hecho bajar por el ascensor chungo, él me dijo que yo no debería usar ese ascensor, ni los niños tampoco. Que le parecía escalofriante (¿no me diga? ¬¬). Y que, por supuesto, Gertrudis no podía usar ese ascensor. ¿Y por qué entonces la abuela me ha hecho bajar por un ascensor por el que ella no baja diciéndome que me seguiría por el maldito ascensor por el que no baja? ¡¡Aaaaagh!! Bien, mejor lo dejo estar, no me apetece comerme la cabeza, de verdad…

Bueno, la cuestión es que el Sr. Jacob tuvo la genial idea de sacarme del sótano y subir POR LAS ESCALERAS, GRACIAS, a su despacho. Muy elegante todo, en su estilo. El hombre, entre unas cosas y otras, me ha explicado varias cosas que me han llamado la atención:
  1. A Gertrudis la ha llamado “recepcionista” dos veces durante nuestra conversación. “Recepcionista”. Gertrudis. ¿¿EN SERIO?? ¿Quién en su sano juicio contrata a una mujer octogenaria con taca-taca para ser recepcionista? En serio, no entiendo bien de qué va esta gente. Lo mismo es la tía-abuela del Sr. Jacob y la tiene por ahí recibiendo a la gente para que esté entretenida, a saber…
  2. Me ha explicado que las “habitaciones de los niños” eran en realidad salas de CASTIGO. No se por qué, me he perturbado enormemente al tener constancia de eso. ¿Castigo? Entiendo que si un niño se porta mal hay que disciplinarle, y que un azote a tiempo a veces es más efectivo que mil horas de psicoterapia… pero no se, se me ha antojado un poco cruel.
  3. Hay 16 niños en la Fundación, de edades diferentes, de entre 6 y 13 años. Y por lo visto, han hecho una especie de piña o coalición y se protegen entre sí. Seguramente hacen trastadas en grupo, o eso quiero pensar. Pero tal y como me lo ha explicado el Sr. Jacob, juraría que los chicos “planean” las barbaridades que cometen deliberadamente a propósito, y muchas de esas barbaridades son peligrosas (y juraría que no precisamente para sí mismos). Al parecer lo de encerrarles en habitaciones separadas es para aislarlos y que no pueden establecer el contacto en grupo (no creo que sea un método muy efectivo para eliminar esa conducta, pero soy pediatra, no psicóloga).
  4. Los niños deben de ser realmente terribles, porque se ve que la tasa de abandono del personal de la Fundación es altísima. Cuando le he preguntado al respecto, me ha dicho que la persona que más ha durado en su puesto de trabajo ha sido durante 3 meses. De hecho, ahora me doy cuenta de que el Sr. Jacob ha alabado mi paciencia, igual que lo ha hecho Gertrudis. Dos veces en menos de media hora. Claramente voy a tener que hacer alarde de mi paciencia para poder quedarme allí. Sólo espero que los niños no sean tan terribles como me los están pintando.
  5. Y hablando de terribles, agárrate porque ahora viene lo mejor: resulta que el anterior pediatra no abandonó, sino que murió. Primero me dice que porque creen que uno de los niños utilizó algún tipo de “artefacto” (Jesús…) para cometer el crimen, y luego que una “posterior investigación aclaró que su muerto había sido a causa de un trágico accidente”. En esos momentos me sentía protagonista de una novela de Stephen King. Madre mía… Ahora entiendo por qué están tan desesperados como para contratar a alguien sin mucha experiencia, como yo, para tratar con los niños. Porque hay una cosa que no comprendo: si simplemente fue un accidente, ¿por qué mencionó la posibilidad de que lo hubiera hecho uno de los niños? “Para que lo sepa usted de antemano, ya que tarde o temprano lo averiguará, al menos que se quede usted tranquila y sepa la verdad”. Sí, tranquilísima oiga, voy a dormir genial esta noche, gracias.

El resto de la entrevista ha sido bastante normal: que voy a tener que encargarme de las revisiones de los niños, que voy a necesitar PACIENCIA porque al parecer les tienen cierta aversión a los médicos. Lo mejor es que me han dicho que tendría que vivir en esta residencia, en las habitaciones del personal, y dadas las horas que eran durante la entrevista, me han dejado quedarme esta noche (yo encantada, ¿sabes? Me ahorro el paseíto) y que mi disposición debía ser completa si aceptaba el trabajo, ya que no querían que hubiera intermitencias en el contacto con los niños, por eso de la estabilidad y la rutina, imagino.

Bueno, tengo dos opciones ahora: o acepto el trabajo de La Casa del Terror, o vuelvo mañana a primera hora a mi cochiquera, a soportar los gritos irritantes de la “señorita Vallent” sobre lo vaga que soy, y que si no encuentro un trabajo en una semana para empezar a pagarla, me echa a la calle. Mira, admito que este trabajo no es lo que yo considero el adalid de mi carrera profesional, realmente preferiría estar en un hospital trabajando con niños normales y corrientes, y pasando consulta con un salario fijo. No se muy bien cómo voy a apañármelas con niños que sufren trastornos psicológicos, te enseñan bastante poco sobre eso en la carrera. Pero puedo asegurar que no creo que me desquicien más de mi casera. Además, pagan MUY BIEN, y tengo alojamiento y manutención. Lo malo es que no podré llevarme a Sortija, no permiten animales… Tendré que pensar qué hago con ella. Desde luego no abandonarla, como me ha sugerido Gertrudis (caramba con la señora…).

En fin, que creo que es una oportunidad para coger experiencia. Si no duro mucho, al menos podré presentar un currículum diciendo que he trabajado con niños problemáticos.
Me pregunto qué hubiera hecho si hubiera aceptado el ofrecimiento de la tal Gemma para volver con ella en el taxi. Seguramente volver a casa, sentarme en el sofá a comerme un chop-suey de mala calidad, mientras veo la tele peleándome con la conexión de la antena que el anterior inquilino aprendió a robarle al vecino; pensando en lo mucho que me hubiera arrepentido de no esperar un poco más al trabajo. Nah, definitivamente no me arrepiento de haberme quedado aquí, a pesar de que ha habido ratos en los que he pensado que hubiera sido mejor irme.

Como cuando, al final de la entrevista con el Sr. Jacob, éste me ha pedido que me hiciera unos análisis de sangre para prevenir posibles enfermedades venéreas. Bueno, me ha parecido lógico y normal, pero un tanto exagerado, ¿no? ¿A qué viene el que quieran sobreproteger tanto a esos niños? Venga: habitaciones de castigo bajo tierra, personal especializado atento de manera constante, no te dejan verlos si no vas a comprometerte… Está claro que parece que los guardan como si fueran joyas de valor incalculable. Y bueno, atención, porque me dijo que él me hacía el análisis de sangre ahí mismito en el momento. “Soy doctor” me dijo, señalándome su despliegue de diplomitas y sofisticadas licencias de medicina adornando la elegante pared. Y yo guardando mi diploma de licenciatura enrollada en el fondo de un cajón junto con las facturas. Viva… Bueno, viendo eso, ¿quién no iba a fiarse? Pero el tío ha sacado una jeringuilla de las antiguas (¿no ha oído hablar de los tubitos al vacío?), me ha puesto la goma en el brazo, y sin esterilizar ni nada, ea, pinchazo en la vena. Tengo que admitir que ahí he estado un poco lenta, si me hubiera percatado del detalle antes del pinchazo, habría mandado al garete sus marquitos y le hubiera dicho que, o desinfectaba primero la aguja, o que no, gracias. ¿Y así quiere evitar contagios venéreos? Muy bien señor “doctor”. Alivia ver que los diplomitas te tocaron en las cajas de los Chococrispis…

En fin. Ha sido una tarde loca. Y rara, harto rara. Pero creo que tendré trabajo, a no ser que tenga SIDA o algo así (si me hubiera dado los resultados en el momento hubiera sido ya el colmo). Y maldita sea… creo que es la primera vez en más de un mes que duermo en una cama caliente después de una cena como Dios manda. Aunque sólo sea por este momento, ha merecido la pena.

Ea. Me voy a dormir, y mañana será otro día…

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